Y labora en el Servicio Farmacéutico del Hospital Simón Bolívar para nuestro orgullo, y para satisfacción de esta emblemática institución.
Es “la Mamá más Mamá de todos los que tenemos el honor de contarnos entre sus amigos”, porque esta vallecaucana que tiene dos corazones en vez de uno siempre está ahí, dispuesta a escucharnos, a aconsejarnos, a halarnos las orejas, a confrontarnos, a corregirnos cuando la embarramos, a llamarnos la atención de una manera tan discreta cuando nos equivocamos que no nos sentimos incómodos cuando lo hace. Nos sentimos reconfortados como si nos quitaran un elefante de encima. También nos refiere chistes y nos “echa un cuento” cuando la ocasión lo amerita.
“Tiene más paciencia que un buey” para soportar todos los días nuestras metidas de pata y nos regala su ayuda invaluable para corregirlas inmediatamente. Aunque a veces en el Servicio Farmacéutico yo soy el culpable de que tome aire, respire profundo y cuente hasta 10, pero es entonces cuando salgo corriendo, huyendo de su presencia, y al rato que vuelvo ya todo ha quedado superado y olvidado para mi fortuna, y me trata como si nada hubiera pasado.
Gracias a ella aquí se respira un ambiente agradable que todos desearían tener en los diferentes servicios. Y se enrarece el ambiente cuando por algún motivo ella no está. Nada fluye, todo se enreda, la farmacia tiende a paralizarse y todos deseamos que se acabe el día rápido para que ella vuelva a poner orden.
Desde que tengo el placer de conocerla realiza sus deberes como si fuera un acto sacramental. Saca tiempo hasta para regañarnos. Y lava la greca para hacer ese café de mañanita que sabe a elixir de resurrección de los dioses costeños y que tanto nos reconforta. Lo que no ha logrado aún es que “el aprendiz de abogado” lave la bendita greca, él argumenta que se le estropea el manicure, pero es a él a quien ella le sirve primero que a los demás.
Particularmente no sé qué hubiera sido de mí si ella no hubiera estado en el Servicio Farmacéutico cuando yo ingresé a hacer parte de él. Ella es quien me ha guiado y gracias a ella he dejado de dar “patadas de ahogado” y “bastonazos de ciego” y me he tomado confianza centrado en mis labores, y sé qué puedo hacer y cómo hacerlo con mayor eficacia y eficiencia cada día. Todo eso lo he aprendido de ella. Sobre todo a ser mejor persona cada día.
Creo que yo no me perdonaría si algún día que deseo no llegue jamás a ella le ponen quejas mías,como las de humillar o hacer que un compañero se sienta mal, por ejemplo, no tendría yo cara para mirarla a los ojos y menos a estas alturas de la vida cuando se supone que tengo la experiencia y el conocimiento para realizar cada día mejor mis funciones.
Porque ella es ese faro que necesitamos para siempre arribar a buen puerto. Ella está ahí para librarnos del naufragio diario del corre-corre de última hora y el peor de todos: el de los viernes. Todo eso ella lo afronta con tranquilidad y la experiencia que ha cosechado y nos tranquiliza a todos. Qué bueno poder contar con ella en cualquier momento y en cualquier circunstancia.
Yo creo que se ha ganado la licencia para que el día que nos salgamos del sendero que ella con su entrega, humildad, sencillez y de manera desinteresada nos ha trazado, nos diga que nos quitemos el cinturón y ella nos dé 3 cinturonazos bien dados a “nalga pelada”, para que no “seamos tan sinvergüenzas, carajo…”, incluyendo al aprendiz de abogado de la farmacia, y a los Q. F’s, por supuesto.
No me queda más que decir sino: “gracias Dios mío, por tu Ana Jota, por nuestra Ana Jota, y todas las Ana Jota solidarias, amistosas, amorosas y transparentes del mundo…”
FABIO FERNANDO MEZA
SERVICIO FARMACÉUTICO
HOSPITAL SIMÓN BOLÍVAR
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